Por Fabiola Cortés
“¿Ya viste la serie de Luis Miguel?” “¿Cuándo estrenan la nueva temporada de Game of Thrones?” “No he visto Black Mirror, pero dicen que está buena”… ¿Recuerdan cuando hablar sobre el clima era la mejor opción para salir de un silencio incómodo y romper el hielo? Tal parece que las típicas aseveraciones sobre el clima y sus locuras cada vez están más en el pasado, y las series transmitidas por servicios de streaming, como Netflix, Youtube, Amazon o Blim, están abriendo un nuevo panorama discursivo y de relación humana. Las series permiten encontrar afinidades, polemizar sobre ciertos temas, crear sentido de pertenencia e incluso fomentan la construcción de identidad a partir de aquellas que merecen nuestra preferencia o nuestro rechazo.
Las series por streaming no son sencillas de encuadrar en un medio de comunicación. Son una interesante mezcla entre televisión y cine, pues las tenemos al alcance de nuestra pantalla, pero cada vez son más las series cuyos recursos tecnológicos, estéticos y visuales no le piden nada a las grandes producciones cinematográficas. Estrictamente hablando, tampoco están confinadas a la televisión, pues podemos mirarlas desde computadora, tableta o, en casos de emergencia, en el teléfono celular.
Si bien son un género conocido desde hace ya varias décadas, desde títulos legendarios como Yo quiero a Lucy, Bonanza, Dimensión desconocida o Los Soprano, la posibilidad de mirarlas a través de servicios de streaming ha traído toda una revolución. Tal vez uno de los aspectos más relevantes es la libertad del televidente para mirar de corrido temporadas completas, o incluso toda una serie.
Ya no es necesario esperar días enteros para saber el desenlace en la trama. Ahora, un maratónico fin de semana puede ser suficiente para comprimir la contemplación de historias que, en otros tiempos, habría requerido de unos cuatro o cinco meses de paciente espera. Más aún, con las nuevas series que, en seis o diez capítulos, condensan lo que habría implicado tres o cuatro superproducciones cinematográficas, estrenando secuelas anualmente, el espectador puede empalagarse visualmente y en solo diez horas conoce intrincadas historias que le habrían sido dosificadas a lo largo de tres, cuatro o más años.
Para muchos, parece perfectamente normal, aceptable e incluso recomendable realizar un maratónico día de absorción y desparrame con la compañía de una temporada o en casos más extremos, una serie completa; el famoso Netflix and chill es una opción ideal porque combina descanso y cuida la economía. Las series han reinventado la forma en que vivimos el tiempo libre; incluso no faltará quien haya adaptado el tiempo laboral o de estudio, o sacrificado horas de sueño por seguir enganchado en alguna trama. La anquilosada frase de “Levántate y deja de ver la televisión” ha perdido vigencia, ante la cada vez más cotidiana imagen del descanso activo, ya sea solitario o colectivo, mirando series, porque estar postrado “viendo” es una actividad en sí misma que trascenderá en pláticas ocasionales o brindará más puntos de conexión y relación con otros.
Al terminar esa ardua labor de contemplación nos reincorporamos al mundo llenos de nueva información que da pertenencia y temas de conversación a partir de series con temas tan diversos como mundos de ficción, historias de época, universos paralelos, viajes en el tiempo, historias sobre temas candentes (como drogas o crimen organizado), asesinos seriales, documentales políticos o ecológicos.
Estos nuevos universos audiovisuales están muy cerca de nosotros, se entretejen en la vida cotidiana y nos ayudan a entender el mundo en el que vivimos; sus alargados guiones implican una mezcolanza de altas y bajas, cambios de humor, problemas, resoluciones, crisis, llantos, personajes que aparecen y desaparecen…
Las series se han convertido en un reñido escaparate. Actores famosos han optado por dejar los sets cinematográficos para emigrar a la pantalla “pequeña”, porque saben que este fenómeno tiene más permanencia e injerencia, además de que son un mayor reto para demostrar sus dotes como actores, ya que mantener un personaje vivo por tanto tiempo implica desenvolverlo en distintos estados de ánimo.
Voluntariamente nos envolvemos y maravillamos en una historia ficticia con guiones bien desarrollados o avances tecnológicos impresionantes, al mismo tiempo que conectamos con una parte más humana, que da consuelo y consejos ante las vicisitudes diarias; las series aportan ideas que nos ayudan a guiarnos en la vida. Esto no quiere decir que House of Cards, Modern Family, Breaking Bad o Club de Cuervos (por mencionar algunas) sean un gurú de la existencia humana, pero es un hecho que, como seres sociales, buscamos modelos para emular o rechazar, y qué mejor si éstos llegan como entretenimiento y no como lecciones; son lecciones de vida disfrazadas de diversión.
Otro fenómeno interesante relacionado con las series es que, no importa cuan solitaria sea su contemplación, la tecnología puede hacer posible la unificación de sus seguidores, ya sea para intercambiar experiencias o incluso para intervenir en los guiones. A través de redes sociales como Twitter, Instagram, Facebook, blogs, etcétera, el fenómeno transmedia hace que proliferen grupos de fans con injerencia en las decisiones, en las tramas, en la personalidad de los protagonistas, o incluso para revertir decisiones de la producción, como ocurrió en el año 2013 cuando, con más de 200,000 firmas recabadas por medio de change.org, los seguidores de Family Guy lograron revivir al perro Brian Griffin. Este poder de decisión le cambia la cara al consumidor y lo convierte en un prosumidor, un creador, lo que logra conectar aún más con la arista emocional y personal que las series aportan a la doble vida que voluntariamente desdoblamos en un dentro y detrás de la pantalla.
Con esta práctica se han sumado al léxico cotidiano términos como el de spoiler (quien, consciente o inconscientemente, anticipa la trama o el final de una serie), spoiler alert (o generosa alerta de que están por darse detalles excesivos), teaser (información sobre un estreno para provocar curiosidad o expectación), spin-off (producción derivada de otra, generalmente exitosa) o crossover (cuando dos sagas o series se unen en una sola trama) entre otros.
Así que la siguiente vez que te encuentres a ti mismo a las cuatro de la mañana peleando contra el sueño para terminar una serie, o que le llames “el mayor traidor” a quien se atrevió a ver un capítulo sin ti, o que estés desesperado por llegar a tu casa y ponerle play al título del que todos hablaban en la comida y tú no entendías nada o que te sientas desolado porque terminaste todas las temporadas disponibles o que tu juicio sobre alguien haya cambiado ahora que sabes que es fan de cierta serie, si sabes más de la vida de Sheldon Coopper, Walter White o Cersei Lannister que de tus vecinos o te has descubierto en más de una ocasión usando frases de sus diálogos o usando memes inspirados en series para explicar algo no te sientas como un enajenado, excéntrico o como un juicioso; la realidad es que las series evocan muchas sensaciones que puestas en conjunto están redefiniendo la forma en que nos relacionamos, estamos viviendo una nueva era en la que la pertenencia, identidad y convivencia se escriben entre diálogos y temporadas.