Por Wendy Castañeda
Del rosa pastel a la gama multicolor, así ha cambiado la maternidad, donde no siempre hay cabida para la abnegación ni la idealización.
Si preguntáramos a nuestras abuelas, madres, hermanas, amigas y vecinas cuál es el significado de la maternidad, puede ser que en su discurso predominen conceptos envueltos en ensoñación, con dosis elevadas de dulzor, generosidad ilimitada y alejadas totalmente de cualquier emocionalidad o percepción “negativa”.
Pero ¿por qué? La respuesta es simple, es un discurso aprendido y avalado en y por el colectivo, del cual es difícil desprenderse; así se crece y vive, abrazando muñecas, idealizando el significado de la maternidad, aquella que invisibiliza, anula o minimiza todas las implicaciones, porque hablar de lo que conlleva es disolver el “instinto” (ese ente imaginario que es como los Reyes Magos y Santa Claus).
En tanto que, hablar desde la vivencia es conectar con el lado más humano y profundo del ser mamá, es decir, se desentraña lo que nadie dice y, en esa sacudida, se habla abiertamente de lo que se gana, se pierde, de los que se odia y lo que se extraña. Esto anula cualquier vestigio de perfección y exageración social asociada al rol.
Así es, la maternidad se está transformando y en la acción se recuperan las prácticas del pasado que vinculan desde lo básico y natural, se aprende a escuchar la voz interna, se descartan o eligen las voces que guíen desde el instinto. En tanto que, en el discurso, se abonan a más libertades para salir del estereotipo y aceptar los distintos rostros y sensaciones sobre el ser madres.
Pero este cambio en la maternidad no es nuevo, ya llevaba años gestándose y dando gritos para hacerse notorio, pues no sólo se trata de una relación en la que se da mucho y no se espera nada. En realidad, nunca ha sido así, sólo que esa voz guardaba silencio o no podía expresar que sí, ¡hay una expectativa de retribución, equidad, igualdad y reconocimiento constante!
Y la pandemia lo hizo más evidente
El Coronavirus expuso la carga social materna, pero con un efecto exponencial que parece estar fuera control, ya que lo que antes se podía delegar (cuidado de los hijos, de la pareja, de la familia extendida, del trabajo dentro de casa, de la educación propia y ajena), ahora representa una batalla difícil de conciliar con los intereses personales y profesionales.
Sin embargo, pese a tener un zoom increíble a este fenómeno caótico, éste parece estar invisible, nulificado por una sociedad que se niega a aceptar y asumirlo, pues al final, ¿no tendría que ser así?, ¿es normal, o no?
Aunque también la COVID -19 hizo más “fácil” el reconocer que las mujeres se sienten sobrepasadas, cansadas, agotadas y porque no, hartas de la rutina; sólo hay que echar un vistazo a los grupos de madres en redes sociales para entender dichas necesidades, que exigen y suplican una pausa, una escapada a la antigua, un momento de intimidad y (des)vincularse del entorno, porque ya no se puede más.
Obviamente eso no significa dejar de amar a los hijos, en lo absoluto, el vínculo afectivo no se anula, sólo que como en toda situación de desgaste, se ha llegado al límite físico y emocional y hoy existen varios problemas que podrían incrementar en los próximos meses: mujeres más vulnerables a la pandemia por cansancio, padecimientos psicológicos, autoinmunes y crónico-degenerativos y un retroceso en la participación laboral.
Necesidad de madres reales: ¿muerte a Susanita o el triunfo de las Bad Moms?
Ni una ni otra, en realidad, se trata de entender que la maternidad no se puede seguir viviendo desde una sola perspectiva o totalmente polarizada. Hay matices, estilos y formas de vincularse con el ser mamás.
Sólo basta ver como las series lo retratan, fuera del deber ser y con múltiples discursos y formas de vivir el ser madre. Algunos ejemplos de ello son Workin’ moms o The Letdown, las cuales exponen maternidades reales, diferenciadas, en conflicto con la individualidad, con lo socialmente establecido y enfrentando situaciones que no se reconocen por pena, pues plantean escenarios que contradicen creencias y prácticas.
Otro ejemplo de ello, son las comunidades, donde la contención va de la mano de la diversidad materna: no sólo es una voz, es un conjunto de personas que entienden y viven este proceso desde el amor sin perder de vista la vivencia (en 3D y alejada de la ensoñación). Son un SOS en el que se busca discreción, fidelidad, identificación, empatía y honestidad.
Al final, la maternidad es un juego en donde hay muchos espectadores, mínimas herramientas para la supervivencia y un exceso de soledad que a veces entorpece el sobrellevarla (aún con el colectivo). Por ello, se requieren discursos y espacios que potencien el acompañamiento, entendimiento, adaptación y el apapacho constante, porque es una tarea no entendida, que no descansa ni es recompensada.